martes, 24 de junio de 2014

El búho y el bruto libre

Es de noche, o de madrugada, ahora que escribo esto. La verdad siempre he tenido algo de recelo al tratar a la noche y a la madrugada; no sé bien cuándo termina una y cuándo comienza la otra. Los que hacemos vida de noche ya casi perdemos esa noción de los límites entre el nuevo día y el anterior; y aunque para algunos es muy simple y práctico decir que la noche termina cuando cae el último grano de arena del minuto cincuenta y nueve de la vigésimo tercera hora del día y que ahí nace la madrugada para mí no lo es. La noche no es solo el paso de seis horas tras la muerte del sol. La noche es más.

Le nuit es magia, no tiene inicio determinado; a veces principia cuando se oculta el sol, a veces comienza antes que dejemos de verle. Y es que la noche no son horas, es un conjuntos de sentimientos y emociones.

"Está anocheciendo" es mi frase favorita dicha como un susurro ahora que lo pienso. La trato con respeto ya que no sé cuando llega. Prefiero decir "está viniendo" que "ha llegado" cuando es incierto el hecho. La noche sabe hacer incierta su llegada. La respeto y quiero porque consigo trae el reposo de muchos desagradables animales, muchos fieros entes, y da libertad a los seres calmados y apacibles que precisan el silencio y la quietud para escudriñar a fondo sus pensamientos. En la noche descansa el bruto libre* de Vallejo y despierta el búho de Minerva. Pero antes, incluso antes que la gente normal duerma, el influjo de la noche se siente; se percibe algo en el aire (ha de ser que ciertas ideas flotan en él como el tul de la niña de la lámpara azul**). A todoss en algún momento nos ha pasado que al hablar de noche con alguna persona hémosle dicho cosas que no diríamos con el sol sobre nuestras cabezas, cualquier tipo de cosas, solemos profundizar... algunos. Esta es, en mayor o menor medida, la noche de los enamorados.

Debo, considero necesario hacerlo de una vez por todas, decir que creo firmemente que hay dos noches: la primera trivial, sujeta a las leyes físicas del tiempo y la rotación de la Tierra; la segunda por encima de estas leyes, atemporal. La noche simple y la noche profunda.

La noche simple es la que todos conocemos: el sol oculto ya y luces en las casas y en las calles. El hombre rústico, que vive alejado de los centros poblados queda casi libre de esta distractora y burda imitación del día. De eso doy fe puesto que en algunos viajes a la sierra peruana me he alojado en la casa de mis abuelos, sierra adentro, donde solo se ven unas cuantas casas, una laguna al lado del cerro en que está la casa y ruinas sobre él. En la noche, e incluso en la tarde (y aún en medio del día), puede uno sentir la libertad de pensamiento que no siente en la ciudad. El hombre en la ciudad trata de emular el día por temor, por cobarde miedo. El hombre teme la noche porque, contrario al día, le muestra quién es él en realidad. Por eso trata de evadirla encendiendo luces, juntándose en grupos como animales atemorizados, yendo a lugares con, relativamente, mucha actividad para evitar ser conscientes de la noche, para creer que es de día y hay cosas por hacer y no hay tiempo para pensar. Esa mentira es la noche simple.

Pero aún de algo falso partiendo, dice la lógica, podemos en algún momento llegar a una verdad. Podemos, recalco, en algún momento. Quizá por eso es más agradable para los nocturnos como yo salir de noche con uno o dos amigos. Salir de día es salir a despejarse. ¿De qué? De ideas. Salir con ellos de noche, para los nocturnos, es salir por ideas, es salir para pensar en voz alta con el otro y conocernos mejor el uno al otro. Tal vez sea esa la conexión entre la noche simple y la noche profunda.

La noche profunda es, en cambio, por sí misma un misterio. Puede estar soleado y alguien puede encontrarse en profunda moche desentrañando misterios. Normalmente es en ese momento en que alguien a uno lo fastidia y perturba su concentración, lo arranca de sus meditaciones con alguna chabacana, vulgar frase; y se pierden esos misterios cuyos secretos son intransmitibles con palabras y cuyo tema no existe o, como en las matemáticas, no está determinado. La noche profunda puede llegar algunos días para algunas personas antes que la noche simple o el ocaso, cuando en realidad la noche así existió desde antes que los hombres crearan la noche simple.

Esta noche, la profunda, es la noche de la luz de las velas. Es la noche de no sentirse peruano, venezolano, de tal o cual ciudad; de no sentirse blanco, negro, hombre o mujer. Es la noche de saberse humano y más que eso. Y menos que un hombre.

La noche más noche, la noche profunda, puede surgir de día, lo he dicho, pero suele surgir de noche, dada la calma presente o próxima y dado que es más fácil estarse quieto con un café (aunque también es sencillo estar con una taza de café en una tarde gris y hermosa, por eso la noche profunda también nace a veces precoz en las tardes, y por precoz es más querida).

Esta deep night suele emerger de noche y a veces de día, pero para algunos, los mismos que somos testigos de cómo, de forma confusa, la noche y la madrugada se mezclan por horas para dar a luz a la mañana azul, no hay diferencias entre los tiempos en que venga la noche; podemos estar de noche sin importar más el tiempo. Se nos tilda de locos, de despistados, de antisociales, de retraídos y de otros tantos adjetivos. Es que para nosotros puede anochecer tanto a las dos de la tarde como a las diez de la mañana de un día de verano. Y la soledad es nuestro poderoso catalizador.

Hay gentes que no entienden de esto, deben ser hombres de la noche simple. Los que, en la forma incorrecta, no tienen miedo y los que temen de manera equivocada. Ellos son los de la noche simple. Los simples. Son muchos ellos, los de la profundidad somos la minoría y me gusta, en lo personal, que sea así. Nuestra relación con ellos es muy similar a la de un Peter Parker cualquiera y un popular Flash Thompson. Se nos agrede porque no somos como ellos, porque no bebemos la noche como ellos ni la de ellos. Nos atacan porque nos temen y nos temen porque son más fuertes.

Sí, los de la noche simple son los que tienen el poder perceptible, el poder superficial, el poder simple. Nosotros tenemos un poder misterioso y profundo como La Noche y ellos ni siquiera conciencia de esta forma de poder. Podemos, por ejemplo, mirarles a los ojos como búhos y ellos nunca a los nuestros aún cuando nuestras miradas se pudieran cruzar por largo o corto tiempo. Podemos comprender que hay en la línea anterior más de lo que parece y ellos no lo saben. Ellos no pueden. Ellos, los brutos libres.

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*: Referencia en el poemario "Trilce" de César Vallejo.
**: Referencia en el poema "La niña de la lámpara azul" de José María Eguren.

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