martes, 2 de julio de 2013

Invierno

«Iré a dormir», dije esa noche a las siete: tenía planeado despertarme a las dos de la madrugada y empezar mi día a deshoras, despertarme cuando todos dormían para poder disfrutar a mis anchas de mi estudio de las matemáticas en nivel poético. Tenía ideado simplemente ir a mi habitación y dormir unas pocas horas, hace unos días, este invierno, pero me sedujo más el frío de la noche y los recuerdos pequeños y difusos de una plática de esa misma tarde.

No dormí cuando me lo propuse, me demoré un par de horas en hacerlo: Dostoievski y mi lápiz  me retuvieron pero algo salió de todo esto:


Amo el sonido de la tierra empapada de rocío
al contacto de mi talón vía mi zapatilla.

Amo tener puestos un polo, una chamarra y una chompa
y aún sentir un poco el confrontado y placentero frío.

Me siento extasiado al amanecer cuando salgo a la calle a confirmar
que las minúsculas gotasde una lluvia deliciosa y ligerísima
hacen brillar el asfalto y las veredas
como si el cielo hubiera llorado.

Me gusta la melancolía del cielo de Lima en invierno.

Y esa sensación de caminar por una larga avenida
con perlitas de agua golpeando líricamente
mi rostro desnudo bajo el nublado y nocturno cielo
haciendo más largo el camino a casa
también me gusta.

Me place caminar por esa desierta e infinita avenida
pensando bajo el llanto del cielo enamorado
en que en algún lugar entre Barquisimeto y Guanare
hay una persona que ama estas mismas cosas,
una persona tal que las disfruta y convive,
alguien que presta oído al concierto de las gotas sobre su ventana muy a gusto.

Ella, una amiga de la luna y amiga mía

a quien veo mejor cuando los ojos cierro
y duermo,
en nuestra secreta cita con Morfeo.


Tenía planeada una madrugada especial y romántica con mis libros, mis ideas, mis análisis y poesía difuminada en todos ellos pero no fue así como sucedió. Porque quería estudiar les dije «iré a dormir», en cambio resultó esto de líneas arriba y una sensación tal que hacía años no experimentaba. Literal.

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